Por Fernando Giudici.
Portada: Proceso de diseño – Casa Familia Henríquez, en La Puntilla Mendoza (construida). Fernando Giudici.
Producción de la arquitectura y la ciudad
Prácticas Sociales
La ciudad y su arquitectura son el artefacto o artificio más grande e importante que ha creado el hombre para poder habitar en sociedad. “Habitamos todos, habitamos juntos y habitamos siempre”, diría nuestro maestro Roberto Doberti, a modo de prólogo de cualquier charla que gire en torno a su Teoría del Habitar.
La ciudad, por lo tanto, es un producto humano, histórico, y cargado de significados, ya que de alguna manera contiene todos esos elementos producidos por la cultura: los tangibles y los intangibles.
Contiene, a su vez, todo tipo de artefactos que usamos cotidianamente cuando la habitamos y de los cuales podemos nombrar y explicar su uso. Nos resulta claro para que sirve una calle, una vereda, una acequia y el árbol que se nutre de esa agua que corre en una tarde calurosa de verano. Pero también nos es significativo si esta calle es de nuestro barrio y más aún si es dónde vivimos, donde hemos conocido a nuestros amigos de infancia, etc. Reconocemos ciertas partes de la ciudad y nos reconocemos en ella, habitándola.
No es posible pensar la ciudad si no observamos las prácticas sociales que las personas desarrollan en ella;todo lo que está allí nos sirve para habitar, y debería también para habitar mejor o, como escuchamos a veces, con mayor calidad de vida. La ciudad, como creación humana, debería darnos la posibilidad de vivir plenamente y sentirnos incluidos y realizados en ella.
Las sociedades urbanas requieren de múltiples lugares hacer realidad ese habitar pleno, relacionarnos como comunidad en ella y crecer como cultura.
El crecimiento como sociedad y cultura produce un conjunto de necesidades nuevas y esto hace que construyamos nuevos lugares para ser habitados y que manifiestan la complejidad de nuestra vida urbana. Un día se requiere de un nuevo hospital, más grande y que atienda nuevas necesidades, inexistentes hasta ese momento, otro día un estadio deportivo o simplemente una pequeña plaza para un nuevo conjunto de viviendas en la periferia de nuestra ciudad.
Al conjunto de estas necesidades lo denominaremos demanda social, y al resultado de nuestra práctica proyectual, soluciones posibles para satisfacer dichas necesidades en términos de espacios habitables. El mundo de las prácticas sociales y la necesidad de espacios habitables, parece ser el núcleo y sentido primero de nuestras prácticas proyectuales.
Relaciones entre necesidades y proyecto
Real y realidad: Relaciones entre mundo y sujeto
Las necesidades no son algo abstracto: son realidades concretas que se plantean cuando habitamos. No obstante, la relación entre estas necesidades concretas y el sujeto que proyecta no es directa, sino que está mediada por una demanda. La demanda es una construcción social que involucra varios actores a veces la relación entre la necesidad y la demanda es fácil de ver, pero a veces esto no es tan sencillo evaluar qué es lo que se demanda y qué es lo que en términos de espacio habitable es necesario proyectar.
Como ejemplo de esto, podemos ver la Figura 2. Cómo Aravena cambió el concepto de vivienda asequible (https://www.instagram.com/p/CFSAz_WsMlQ/). (Traducción)
- Al sistema que propuso le llamó ‘Vivienda Incremental’. Aravena siguió la regla E-D-I-P-T durante el proyecto: E – Empatizar, D – Definir, I – Idear, P – Prototipar, T – Testear
- E – Empatizando con los usuarios: La única manera de albergar 100 familias en el terreno dado era construir departamentos, pero las familias se opusieron puesto que un departamento no se puede ampliar.
- D – Definiendo el problema: Él se dio cuenta que había una necesidad de vivienda expansible para 100 familias, pero solo la mitad del espacio y los recursos necesarios.
- I – Ideando para resolver el problema: La solución propuesta fue construir la mitad de una buena casa, en lugar de una casa pequeña, utilizando los recursos disponibles, y que pueda ampliarse después.
- P – Prototipeando la idea elegida: El énfasis se puso en identificar aquellas partes de una casa que una familia no podría construir por sí sola, mediante prototipos.
- T – Testeando (probando) con el usuario: El complejo Quinta Monrroy en Chile (2004) fue el primer proyecto construido a partir de esta idea. Las familias se hicieron cargo de seguir construyendo en la mitad “vacía”.
Al mundo de las prácticas sociales que se ejercen todos los días le llamaremos mundo de lo real. ¿Pero por qué de lo real? Porque naturalmente creemos que lo que nuestros sentidos nos transmiten es “lo” real y concreto. Sin embargo, sabemos que a medida que crecemos como personas vamos desarrollando nuestro intelecto y formamos ideas de lo que es el mundo y sus componentes. Estas ideas ya no pertenecen al mundo de lo real sino a lo que suponemos que es lo real, y muchas veces descubrimos que, ante una misma práctica social o fenómeno social e incluso estando presente en tiempo y lugar, nuestra percepción de lo que ocurre no es la misma que las de otros sujetos.
Esto nos pone en un conflicto permanente para acordar con otros, cuáles son realmente los fenómenos que observamos y qué significan. Por eso vamos a llamar realidad al mundo de lo real, percibido quienes proyectamos, o sea, los sujetos proyectistas.
Lo que permite comprender la formación de la demanda social, en términos de espacios habitables, es la capacidad (de quienes proyectamos) para interpretar la realidad, que no será otra que el conjunto de necesidades sociales, organizadas como demanda dentro de un contexto cultural específico.
Construcción del problema o qué entendemos por problematizar la realidad
Nosotros, con nuestras acciones y prácticas cotidianas y sin importar que tan sencillas sean, cambiamos y modificamos nuestras vidas y las de los demás. Creamos caminos diversos y dejamos nuestra huella sobre lo construido y sobre otros sujetos.Esa huella puede ser tangible o intangible, ya que nuestro pensamiento y nuestras ideas pueden cambiar realidades de distinta manera. Incluso pueden modificar la conducta y provocar rupturas en la forma de ver el mundo, tanto de uno mismo como de los otros.
La filosofía, el arte, la ciencia y la tecnología, como parte de las prácticas humanas han logrado modificar el mundo en un sentido amplio. En nuestro caso, las prácticas proyectuales o el ejercicio del proyecto pertenecen al mundo de las ideas y pensamientos, pero su finalidad está en modificar físicamente el entorno humano. Es decir, su motivo final será que una idea devenida en forma logre ser construida y habitada, y así transformar el mundo de lo material, en este caso la ciudad y la arquitectura.
Los sujetos que proyectamos tenemos la capacidad y la responsabilidad de problematizar el mundo que nos viene dado en forma de demanda social, que sólo es posible a través de comprender el mundo e indagarlo. Cuando decimos mundo, nos referimos a un concepto que abarca la totalidad y la parte al mismo tiempo de las realidades habitativas. Porque si entendemos que la cultura es un tejido extenso de relaciones sociales, un hecho concreto cualquiera en un lugar y un tiempo, entonces nunca es aislado y sin conexiones.
La condición que tenemos los proyectistas de problematizar, nos viene dada por la naturaleza propia de nuestra práctica proyectual, que es la de imaginar nuevas posibilidades de habitar y de dar forma a nuestros hábitats. Si no fuera así, el proyecto como práctica no podría crear nuevas espacialidades, arquitecturas o ciudades para ser habitadas por las próximas generaciones. Esto es un principio básico de anticipación en el proyecto humano.
¿Qué entendemos por representación mental?
Si existe una diferencia sustancial entre el mundo de las prácticas sociales concretas y nuestra construcción mental (o realidad) es porque, a medida que crecemos y nos formamos, vamos desarrollando la capacidad de comprender desde nuestro intelecto no sólo lo perceptible por nuestros sentidos, sino también aquello que es más abstracto y que pertenece al mundo de las ideas.
Para comprender mejor esto, veamos el siguiente ejemplo: el habitar una casa, por un grupo de personas, es una experiencia concreta que día a día va cambiando porque sus habitantes también lo hacen, incluso en algún tiempo pueden irse de esa casa y no volver a habitarla plenamente como lo hicieron en la niñez o la adolescencia. Ahora bien, cada uno de los sujetos podrá expresar más o menos claramente su experiencia de habitar la casa y de seguro llegarán a tener algunas coincidencias. No obstante, si nos preguntamos por un concepto como por ejemplo “lo doméstico”, cabe preguntarse: ¿Qué es lo doméstico? Este concepto ya no es la experiencia directa sino una idea que se relaciona con la experiencia de habitar. Se vincula con mi entendimiento, mis ideas de familia, de casa, de habitación, de almuerzo en familia, etc.
Pensar lo doméstico – en un tiempo y lugar preciso – es definitivamente construir una representación mental del concepto domesticidad. Dicha representación mental contiene a todas nuestras experiencias con la casa y también contiene a mis ideas, deseos y concepciones previas. Pero es importante dejar en claro que esta representación no es inmutable y puede cambiar o evolucionar.
El sentido de explicar el concepto “representación mental”, es clave para entender la práctica proyectual. Ya que los proyectistas mediamos entre ese real y la realidad a interpretar y dentro de esta mediación están incluidas la sociedad y su cultura, dos conceptos claves a interpretar durante toda la vida del proyectista. Todo éxito posible vinculado a proyectar dependerá sustancialmente de la capacidad y ética profesional para comprender el mundo de las demandas y ofrecer un mejor espacio y ciudad habitables.
El proyectar
Mundo construido y mundo por construir
Todo espacio habitable que exista y que sea habitable, desde lo más complejo como la ciudad hasta una pequeña casa rural perdida en nuestra cordillera, representa el mundo construido, y como tal es lo que contiene a nuestras experiencias habitativas. El soporte natural, siempre será hostil y será necesario modificarlo para poder habitarlo.
Desde las primeras ciudades en la Mesopotamia de Medio oriente (Ur o Babilonia) y hasta nuestras ciudades contemporáneas el sentido permanece: es necesario transformar y edificar para habitar. El mundo construido contiene, inscriptas como un papiro, todas las claves que sirvieron para construir cobijo y darle a éste todas las infraestructuras necesarias para que el habitar sea completo y con las menores necesidades insatisfechas. Por eso es que una casa, ya terminada y amoblada, sin agua potable, energía eléctrica y algún medio de generación de calor para cocinar o abrigarse nos parecerá más una cueva que una casa.
Es tarea propia de nuestra práctica proyectual comprender y representar todo el tiempo al mundo construido, decodificarlo para así entender mejor a la cultura que lo supo construir y significar. El mundo construido no es uno sino muchos, ya que tiene básicamente una particularidad: su historicidad. Por lo que no será posible decodificarlo sino sabemos de su historia y su proceso de conformación. Hablar de su historia no sólo es entender qué experiencias le dieron forma y sentido sino también qué ideas están detrás de las formas habitables. Qué procesos sociales y políticos estuvieron detrás de los hechos constructivos.
¿Qué hay detrás de un edificio público como el Centro Cívico de San Juan? ¿Qué hay detrás de un espacio público como la Plaza 25 de Mayo? La historia no permite encontrar sentido proyectual al mundo construido y comprender cuáles fueron los motivos que llevaron a la producción de la arquitectura en un tiempo y un espacio.
Proceso de Diseño
Tipos y formatos
Si retomamos la idea de mundo construido, podemos observar que en la conformación de una ciudad a, lo largo de su historia, se repiten algunas necesidades y demandas. Nos llama la atención cómo ciertas demandas de espacios habitables, en términos de vivienda, por ejemplo, se han proyectado con formas muy similares, por no decir idénticas.
Tenemos ahí un dilema muy interesante para discutir: si coincidimos que el diseño como práctica general tiende a evolucionar, hay formas y objetos que han cambiado radicalmente en ese sentido. No es lo mismo una máquina de escribir que una computadora, aunque el teclado sea muy similar, o por ejemplo la forma de una aguja no ha cambiado demasiado en el tiempo. Es decir que hay ciertas relaciones de forma que se mantiene en el tiempo y tiene que ver con nuestro cuerpo y nuestras prácticas cotidianas. Una silla puede tener cuatro patas o flotar en el aire, pero debe seguir teniendo la forma que sostiene nuestra estructura corporal. Si a estas soluciones que tiene cierta estabilidad las denominamos formatos, las podemos asumir como soluciones parciales que ayudan a proyectar. Pero resulta obvio que, si esos formatos se vuelven la cosa misma y éstas se repite eternamente, ya no tenemos posibilidad de ejercer la práctica proyectual.
La ciudad, como mundo construido, deja entrever al curioso, muchos formatos utilizados para ciertos problemas construidos de manera similar. Será necesario estudiarlos, atravesarlos por la historia y nuestra crítica para comprenderlos. Por eso decimos que la experiencia de habitar y de problematizar los espacios que habitamos es el inicio de cualquier formación disciplinar en arquitectura.
El tipo, como ya vimos en el documento anterior, tiene un sentido más proyectual que el formato. Si bien nos habla de una forma, ésta está comprendida como esquemas de relaciones generales y no como solución terminada y cosificada. Una vivienda mínima y económica puede estar pensada desde un criterio tipológico y este criterio puede repetirse sin necesidad de proyectar las mismas formas espaciales, pero por el contrario repetir un formato sin actitud crítica conlleva a eliminar el proceso de interpretar y representar, por tanto se elimina el proceso de problematizar la realidad y con ella el mundo construido.
Fases y estrategias
Ya pudimos establecer cómo nos situamos ante la práctica proyectual en su contexto de existencia y acción; sobre todo, los fundamentos que le otorgan sentido social y propio. Ahora veremos cómo podemos explicar el proceso proyectual desde mirar el interior de este.
Esta mirada se justifica en la necesidad de saber cómo se dan las acciones cognitivas dentro de la práctica, por ser ésta una práctica intelectual cuya materialidad provisoria solo puede ser observada mediando un dibujo o un conjunto de representaciones gráficas que intenten explicarlo.
El sujeto proyectista, situado en tiempo y espacio, requiere de estudiar profundamente la demanda social en términos de espacio habitable. Aquí hablamos comúnmente de temas arquitectónicos como una escuela, hospital, conjunto de viviendas, etc. Sin embargo, es muy importante hacer constar que los temas arquitectónicos no siempre existieron por ejemplo el aula como tema, una sala de espera, laboratorio de análisis clínicos, pista de atletismo, no existieron siempre: fueron creados como temas ante la demanda de una práctica social novedosa también. Surgieron y surgen ante necesidades distintas, unas para formar académicamente, otras para diagnosticar enfermedades, otras para desarrollar la actividad física y lúdica, etc.
La acción de construir el problema o problematizar la realidad es clave para iniciar el proceso proyectual. De allí se obtendrá mucha de la información y/o datos que permitirán elaborar algunos diagnósticos para tematizar y proponer tipos de espacios que respondan al desarrollo de actividades, es decir de prácticas sociales. En esta fase de problematización, que es esencialmente inmersiva, el proyectista construye la necesaria empatía con la realidad y se sumerge en el mundo de la comprensión del contexto cultural y su mundo construido. El fuerte compromiso con la actividad investigativa es clave para ampliar las fronteras del conocimiento de la realidad y de las ideas.
Se trata de una fase en la que comienza a percibirse algunas ideas que orientan los razonamientos y van estimulando la creatividad. Es un momento clave para el debate, para integrar a los sujetos que son parte de la demanda social, comprender los procesos políticos de gestión que pueden interactuar y propiciar la transformación de la realidad, etc. La práctica proyectual es un proceso participativo social y mientras más compleja sea la demanda, mayor será la cantidad de actores sociales y variables del contexto cultural a investigar.
En Latinoamérica y, por ende, en nuestro país y provincia, las demandas son muchas y están vinculadas a las fuertes desigualdades sociales y situación de pobreza de un alto porcentaje de la población, en general.
En las fases iniciales la mayoría de los razonamientos tiene que ver con la construcción de relaciones entre todas las variables que intervienen en el camino de problematización de la realidad, es decir de la demanda social. Al surgir algunas ideas que orienten el proceso creativo, será necesario dejar un registro de ellas. Estos registros serán apenas unos bocetos imprecisos, sin forma concreta aún, que contendrán varios de los principios y estrategias que el proyectista va encaminando.
Dichos bocetos o esquemas van organizando y relacionando topológicamente (de manera muy abstracta aún) actividades posibles con áreas o zonas posibles de localización en el espacio y las relaciones entre esas actividades. Estos bocetos pueden ser decodificados y explicados a otros actores para lograr concretas algunas ideas básicas para comenzar una fase más generativa.
Cualquier instancia creativa que permita visualizar forma y espacio será por ahora fragmentaria y parcial: la totalidad es difícil de percibir en estas fases primeras. Es posible que ciertas tipologías y algunos formatos ya aprehendidos y trabajados en otros procesos proyectuales sirvan para acelerar estas fases, pero de seguro el proceso no avanzará si no hay una actitud crítica por parte del proyectista para llevar a cabo un ajuste, lo mismo que la participación de los actores sociales para ir verificando si sus necesidades comienzan a ser atendidas, aunque más nos sea de forma incipiente.
Como puede verse en el esquema anterior, todo proceso proyectual está condicionado por un tiempo cronológico lineal, que según sea la naturaleza el encargo podrá ser más o menos flexibles que otros (por ejemplo, proyectar un hospital móvil para los tiempos de pandemia establece tiempos muy ajustados, pero una plaza para un conjunto habitacional no). A diferencia de estos tiempos cronológicos lineales, la mente del proyectista tiene la capacidad de organizarse con tiempos que conectan pasado, presente y futuro, que relacionan formas antiguas con otras presentes, y es capaz de vincular vivencias con sensaciones y expectativas futuras, por eso estos tiempos mentales son representados como una espiral.
En estas fases la capacidad de comunicación que nos brindan los sistemas gráficos es clave para darse a entender con los otros actores que participan del proceso. La coherencia entre las ideas y las formas que emergen creativamente, son claves para sostener cierta continuidad en el proceso.
Los procesos que integran una estrategia proyectual que, de alguna manera enuncia Saldarriaga Roa en su capítulo “Saber Proyectar”, son parte constitutiva de estas fases intermedias y su éxito depende de la capacidad de ajuste entre la comprensión profunda de las demandas y la creatividad puesta en juego para imaginar nuevas soluciones espaciales, que tengan posibilidades reales de ser construidas, que asuman una tecnología constructiva apropiada y que propongan modos de gestión locales con recursos posibles y factibles de ser conseguidos.
Hacia el final del proceso, la forma deja de ser ambigua y/o fragmentaria, producto de ingresar a una fase mayor concreción, tanto en su geometría (forma, escala y dimensiones) y su materialidad.
Lo que era un esbozo de espacio, ahora se transforma en un lugar que se puede nombrar: sala de estar, sala de cirugía, sala de profesores, biblioteca o patio de juegos de niños.
Ya los dibujos están mucho más definidos y formalizados, y pertenecen a un contexto más amplio de comprensión, que se codifican con normas que permiten a muchos más individuos leerlos e interpretarlos, desde un actor social cualquiera, hasta otro profesional o técnico encargado de estudiarlos para ejecutar tareas de construcción o de completamiento con sistemas complementarios como seguridad, instalaciones, accesibilidad, etc.
La solución arquitectónica propuesta ahora es un conjunto de dibujos organizados y normalizados que permiten su construcción. Pero antes deberá pasar por un proceso administrativo de regulación, a fin de ser supervisado por parte de los agentes del estado y prevenir errores de modo tal que ese proyecto sea considerado seguro, habitable y construible, esto quiere decir que es capaz de resistir algunos eventos naturales como sismos, tormentas, inundaciones, etc. Los proyectos para edificios públicos deberán tener mucho más restricciones y controles por ser de uso masivo.
El valor de la reflexión
Avanzando en nuestras reflexiones acerca del proceso proyectual y lo que sucede al interior del mismo, resulta necesario ampliar nuestra atención hacia el tiempo de la experiencia proyectual que involucra muchos procesos, tales como la línea de tiempo que marca la historia del proyectista. En este caso, el proyectista puede revisar sus propios procesos y así obtener una radiografía de sus modos de pensar, es decir sus modos de idear, como también puede revisar sus modos de problematizar la realidad en términos de representaciones mentales.
Así podrá comprender, en una mirada hacia el interior de sus razonamientos y actos creativos, cómo han operado sus estrategias proyectuales, qué tipo de relaciones ha valorado y priorizado sobre otras, ya que así podrá observar que, tal vez, ha sido más propenso a comprender las prácticas sociales, o los sistemas constructivos vigentes para innovar con otros nuevos más sustentables, o ha logrado incorporar múltiples visiones y deseos de los actores que ejecutan la demanda, o tal vez ha podido innovar en nuevos lenguajes para la arquitectura y formas no convencionales, o en sistemas alternativos para acondicionar térmicamente, etc.
Este ejercicio metareflexivo acerca del propio proceso por el que se ha atravesado como proyectista es necesario hacerlo y, más aún, teorizarlo para poder socializarlo y hacerlo parte de la historia de la teoría de la arquitectura, que no es más que un gran campo de conocimientos reflexivos que aportan los arquitectos de distintas épocas y lugares. Así se va conformando un cuerpo de conocimientos que sirven a los estudiantes de arquitectura para comprender y aprender a proyectar con sentido. Así es que podemos entender a Aldo Rossi, reflexionar sobre su arquitectura y su comprensión y entendimiento de la ciudad y la historia en su libro “Autobiografía científica”, o a Claudio Caveri en su libro “La Frontera caliente”, o Carlos González Lobo en su libro “Vivienda y ciudad posibles”.
Todas estas reflexiones convertidas en documentos van conformando un corpus disciplinar, es decir un conjunto de saberes sobre la práctica proyectual a lo largo de la historia y en distintas regiones particulares, que tiende a transformarse en una suma de teorías sobre la arquitectura como práctica específica, es decir una posible epistemología de la arquitectura.
La reflexión como construcción de conocimiento
Si retomamos la idea de un ejercicio metareflexivo por parte del proyectista como posibilidad de visualizar sus modos de proyectar: sus estrategias, sus ideas, sus asociaciones y sus relaciones conceptuales, no encontraremos con la interpretación de los cambios que se perciben entre los distintos procesos proyectuales. Si bien el arquitecto suele seguir caminos similares, sobre todo porque necesita sentirse seguro en su proceso creativo, en el manejo de sus tiempos y en la posibilidad de recuperar ciertas resoluciones de espacios y formas que ya le han dado buen resultado, es importante señalar que resulta necesario que lleve al campo de lo consciente, estos procesos que antes fueron intuitivos o inconscientes.
El esquema intenta explicar cómo ante nuevas demandas, surgen nuevas problematizaciones de la realidad y es probable que los caminos creativos sean alternativos y conduzcan a otras soluciones. Por eso ante una demanda similar, pero en tiempos distintos, el proyectista construye un camino distinto que es fruto de sus nuevas experiencias. Pero sobre todo es importante darnos cuenta, que cada encargo, fruto de una demanda, es un nuevo desafío para el proyectista, a superarse como arquitecto y evolucionar en su manera de proyectar.
Acerca del contexto del proceso y sobre el aprendizaje y la experiencia
Siguiendo con el proceso reflexivo del proceso de diseño, el camino que construye el proyectista a lo largo de su práctica proyectual, va construyendo un sedimento de conocimientos que conforman dos mundos interiores e intelectuales. El mundo de las formas y el mundo de las ideas. El mundo de las formas se puede asumir como un catálogo de formas habitables creadas por el arquitecto que han dado solución acertada a las demandas de hábitats; que luego de ser construidas y habitadas han tenido una buena crítica por parte de sus habitantes y que además ha contribuido a mejorar el entorno urbano, enriqueciendo la cultura arquitectónica local.
Esas formas pueden ser entendidas como totalidades, es decir en su conjunto, o sólo como partes y fragmentos de un todo. También es necesario verificar en el tiempo, si la obra o edificio mantuvo su forma original o debió ser modificado, eso es casi siempre un proceso de cambio y mutación debido a las nuevas necesidades planteadas y a la posibilidad de refuncionalizar un edificio que ya está en desuso y/o ya no responde eficientemente a las demandas.
En nuestra Ciudad de San Juan, tal es el caso del edificio del casino provincial, que fue transformado y refuncionalizado para el Museo Franklin Rawson. El edificio original, de valor patrimonial como obra de la arquitectura moderna local, fue parte de la reconstrucción de San juan luego del terremoto de 1944, manteniéndose sin demasiadas modificaciones. La intervención a la que fue sometido, propone una ampliación valiéndose de algunos recursos del lenguaje arquitectónico y formal anterior y los incorporó de una manera nueva. El conjunto total logrado deja ver claramente cómo dialogan las dos partes, antigua y nueva, de un mismo edificio.
El mundo de las ideas es un poco más vasto y tiene relaciones múltiples, ya que las ideas que se vinculan con los propios procesos proyectuales, es decir que provienen de las prácticas proyectuales, también se enriquecen de otras teorías de arquitectos o corrientes de pensamiento que, de alguna manera, el proyectista ha recibido influencia, ya sea durante su formación académica y como parte de sus relaciones con colegas en su derrotero profesional. O por haber trabajado colectivamente con otros profesionales. Esto lo podemos ver en dos arquitectos mejicanos que trabajaron muchos años juntos, Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky, ambos, ya separados mantienen un repertorio de formas y de ideas en sus proyectos individuales que son fácilmente reconocibles en sus proyectos como arquitectos asociados.
Las nuevas relaciones que se producen entre el mundo de las formas y el mundo de las ideas cuando operan dentro de un proceso proyectual, generan un aprendizaje en el proyectista que se proyecta a la sociedad a través de su obra construida y, a su vez, suma experiencia y experticia en la práctica del proyectar.
El Pensar en el proceso proyectual
Proceso de construcción del pensamiento: ideas, juicio y valoraciones
Hemos logrado abordar algunos de los aspectos más relevantes del proceso proyectual en esta introducción al problema; su desarrollo en el contexto cultural de un grupo social, comprender la presencia e interacción de sus actores y sus momentos. También hemos logrado entrar en el mundo de las ideas y de las formas, en los procesos psicológicos que enfrenta el proyectista y en los tiempos que regulan la práctica del proyecto.
Ahora nos abocaremos a intentar comprender cómo se desarrolla el pensamiento proyectual, dentro del esquema que venimos trabajando. Empezaremos por apuntar que, según lo expuesto, no hay proyecto genuino sin ideas que permitan justificar la creación de nuevas formas habitables. Que no hay posibilidad de crear espacios habitables sin una comprensión del contexto histórico que identifica a la sociedad, como manifestación concreta del mundo construido y que no es posible proyectar sin problematizar la realidad, buscando nuevos sentidos para el habitar humano.
Lo que hemos definido como el mundo de las ideas arquitectónicas al momento de proyectar, se transforman en el interior del pensar y, lo que expresa el esquema es, que sólo parte de nuestras ideas y nuestras reflexiones son usadas durante el proceso proyectual, generando a su vez nuevas ideas que entran a relacionarse con los juicios y las valoraciones.
Para poder explicar estos conceptos primero debemos aclarar que todo acto creativo que genera forma o espacio dentro del proceso proyectual se transforma por un pequeño instante, en una hipótesis de habitabilidad.
¿Qué significa este concepto? Una hipótesis es la acción de proponer una conjetura, una suposición sobre algo, pero en nuestro caso, dentro del proceso creativo, se trata de crear una forma para ser habitada que luego será verificada a través de un juicio o crítica por parte del mismo proyectista o de otros actores que participan en el proceso. Cada vez que una hipótesis se pone en juego y se verifica su posibilidad, se concreta una valoración de la misma y el proyecto, como producto va tomando forma. Los dibujos, son la herramienta para ir constatando las hipótesis y de dar cuerpo a la arquitectura, que en un principio sólo existe en la imaginación del proyectista. Los sistemas de representación gráfica permiten visualizar las posibilidades de que las formas y los espacios creados sean comprendidos primero, por el proyectista y, luego, por la sociedad.
Reflexiones sobre la materialidad proyectual: Relación entre ideas y formas
Mediante este último esquema, pretendemos dar cierre provisorio a algunos “puentes” que a lo largo de este texto hemos desarrollado y así ingresar en el “conjunto de saberes y prácticas de la disciplina arquitectónica”, ya que se trata del contenido teórico medular de nuestra asignatura. El proceso proyectual, finalmente, es parte de una serie de procesos que se encadenan y van formando al proyectista a través de la propia experiencia y de capitalizar, aprovechar cada oportunidad de proyectar como una fase más de crecimiento y aprendizaje en la disciplina.
El mundo de las ideas no sólo alberga las ideas específicas que explica los actos creativos, sino que permite la formación del posicionamiento del arquitecto frente a las necesidades y las demandas de la sociedad y contexto cultural. Aquello que llamamos contexto, nos es algo ajeno al proyectista, ya que es él, un habitante más que con sus prácticas e ideas construye cultura y con sus prácticas proyectuales la modifica o consolida.
El posicionamiento es en un tiempo y espacio, vale decir que es un conjunto de reflexiones y certezas provisorias que poseemos al momento de proyectar y que orientan el proceso proyectual en términos generales. Por ejemplo, si el arquitecto se posiciona desde una mirada ambientalista, o desde una mirada regionalista, o desde una mirada social en particular, supone una mirada política concreta, su manera de posicionarse estará formada por un grupo de ideas acerca del mundo y su cultura, que configura su mirada ética ante la disciplina. Cada uno de los arquitectos que trabajaremos como Rogelio Salmona, Eduardo Sacriste, Eladio Dieste o Lina Bo Bardi, tienen construida una trayectoria importante como proyectistas, reflexivos de la arquitectura y su práctica.
Ellos junto a otros, han dejado un legado de pensamiento proyectual que nos permite construir nuestra formación académica y luego profesional. Pero sobre todo han logrado conectar el mundo de sus ideas con las “realidades” que les ha tocado construir, en el caso de estos arquitectos en particular, con un fuerte compromiso social en torno a las necesidades y las demandas de los habitantes de las comunidades para quienes han proyectado. Las relaciones entre el mundo de las ideas, las ideas de proyecto y la interpretación de la realidad, han sido plasmadas en la forma y la calidad de los espacios habitables de sus obras construidas. Nos han dejado claras y concisas lecciones de arquitectura. Los habitantes dan cuenta de ello, la comunidad de Atlántida ante la Iglesia del Cristo Obrero de Dieste, como la comunidad tucumana con el Hospital central de Sacriste, o los habitantes las torres del parque en Bogotá de Salmona o la comunidad del barrio paulista que puede disfrutar del Centro Cultural CESC Pompeia de Bo Bardi.
Al conjunto de ideas y razonamientos que queda como huella del pensamiento plasmado en un proceso proyectual, le llamaremos “materialidad proyectual” y, podemos afirmar que es la materia prima que orienta nuestros actos creativos como arquitectos, que orienta y define nuestros aciertos en la creación de formas y espacios, sobre todo la que nos permite identificarnos como proyectistas y nos define como actores sociales, transformadores de la realidad construida y habitada.