Por Fernando Giudici
Notas sobre el texto “Ensayo 10. Cartografías del tiempo. Notas socio-históricas sobre sociedad, territorio, ciudad y arquitectura americanas” de Roberto Fernández.
Resulta interesante comprobar que los fenómenos que fueron dando forma a las distintas producciones arquitectónicas latinoamericanas tienen, si no núcleos comunes, algunos bordes en contacto y dejan entrever que los procesos políticos, sociales y culturales de la producción de arquitectura tiene lazos comunes, sobre todo desde la época de la conquista española y la fundación de las actuales ciudades. Los procesos propios de mestizaje en Latinoamérica no sólo lograron unir algunas etnias, sino que sobre todo lograron fundir una serie infinita de productos culturales que fueron configurando la posibilidad de habitar los territorios y sobrevivir.
A estas sociedades (denominadas aluvionales o de cierta fluidez que escurre, como en el caso americano), la historicidad no es ni natural ni automática: debe ser construida y elaborada, y tienen la necesidad de lograr una maduración socio-institucional a lo largo del tiempo. Por el contrario, en los asentamientos europeos y orientales como el mundo islámico, la producción de hechos urbanísticos son producto del poderoso contexto de esa sedimentada historicidad, depósitos de experiencias que pueden otorgar cierto espesor a la novedad, que brinda referencia histórica a las nuevas producciones, en las que es posible “leer” cierta superposición de cada pequeña transformación de los asentamientos en procesos genealógicos que van determinando las formas habitativas.
En el caso de Latinoamérica, siempre en el contexto de la construcción y posibilidad del habitar moderno de sus territorios (contrario a la tradición pre moderna del Renacimiento del siglo XV), el desarrollo de los proyectos urbanísticos y arquitectónicos parece darse en un vacío de historicidad, como si la dimensión del espacio (natural) dominase y se antepusiese a la dimensión del tiempo (cultural). Esta performance, propia de la cultura de conquista española, superpuso un modelo de ciudad sobre lo prexistente, sobre todo en las culturas Azteca, Maya e Inca, y produjo un nuevo orden espacial que barrió con esa materialidad construida.
Es posible advertir cierta debilidad de la historicidad latinoamericana en el proceso de conformación del territorio, posterior a la conquista. Los procesos de penetración cultural a raíz de las corrientes colonizadoras europeas le imprimieron la primera configuración a nuestro territorio americano, mediante la fundación de ciudades de la mano del coloniaje español. Esta configuración luego será secundada por las corrientes inglesas y portuguesas (protagónicamente) cuyas lógicas impactaron en lo productivo-económico, con el consecuente impacto migratorio en la concentración y distribución poblacional. Estos acontecimientos le han otorgado un perfil experimental y una voluntad de laboratorio, que pareciera expresarse en un “presente eterno” o en una sistemática novedad: el eterno comienzo, localizado en la magnificencia del paisaje territorial. Éste fenómeno es fácil comprenderlo cuando estudiamos los cortes temporales de crecimiento de las ciudades latinoamericanas, y de cómo cada parte o fragmento de la misma ha tenido su posibilidad de crecimiento a partir de situaciones políticas y económicas que posibilitaron su existencia.
Las 1.200 ciudades fundadas por el proceso colonizador europeo son algunas de las manifestaciones de esta suspensión de la conciencia histórica o temporal, como necesidad de control del espacio. Esta fue una verdadera acción instantánea del sujeto de la modernidad europea, para poder dominar lo natural y dar lugar al habitar. Sin embargo, fue notable la sensación de desamparo ante el exceso natural, por ejemplo, del desierto o la selva, careciendo durante muchas décadas de la construcción del colectivo social.
Por ejemplo, la fundación de ciudades tuvo como objetivo un primer dominio del territorio y la posibilidad de generar enclaves, un lugar desde dónde pensar una política económica que beneficiara a la corona española. Los primeros habitantes fueron militares, exploradores y clérigos. La dificultad más importante en los primeros doscientos años del proceso de colonización fue lograr un crecimiento demográfico sostenido. Pero a nuestro continente no arribaron familias que posibilitaran el logro de este objetivo, por lo que el mestizaje con los pobladores originarios fue la única manera de desarrollar una sociedad local que sostuviera la construcción de la ciudad que, se trataba no menos que un caserío disperso. De allí el modelo nómade del adelantado español, del inmigrante expatriado, del colono explotador: personajes que carentes de tiempo, memoria e historia en el aquí y ahí de la situación de conquista y fundación posible. Por ese motivo, la nostalgia y la memoria yacían en el viejo mundo y aquí se transformarían en depredadores de territorio, como cazadores de paisajes, como experimentadores de adaptaciones de experiencias de habitar y construir que no eran propias de Latinoamérica.
Desde luego que la historia europea de doce siglos ininterrumpidos de existencia ambiental (entendiendo a lo ambiental por la relación cultural y productiva entre sociedad y naturaleza) va a intentar ser re-construida, re-producida y transferida a la conciencia social de esas ciudades y comunidades en desarrollo. La mayoría de las dificultades se encontraban en no disponer de una tecnología y un conocimiento para reproducir edificaciones y situaciones urbanas que habían vivido en Europa. Hay una historia de momentos, fases, a veces interferidas u obstruidas por transiciones violentas entre una y otra- que dejaron las huellas o testimonios concretos, materiales y perdurables, que se sedimentaron y acumularon en el medio milenio de historia de nuestro continente colonizado. Es posible construir una lectura sintética de ese desarrollo, la que nos permitiría elaborar un mapa o matriz de tales capas y procesos, tal que en lo vertical percibiéramos la densidad de las superposiciones acumuladas históricamente y en lo horizontal, el despliegue de esa historicidad en niveles como la sociedad, el territorio, la ciudad y la arquitectura.
Sin estas lecturas es difícil comprender la arquitectura contemporánea y situar a arquitectos como Rogelio Salmona, Lina Bo Bardi, Eduardo Sacriste y Eladio Dieste en un contexto posible de desarrollo y producción de la arquitectura latinoamericana.
Roberto Fernández, en su libro “Derivas”, elabora un cuadro comparativo que vincula una periodización posible para las culturas americanas en relación a la conformación del territorio y la producción de la arquitectura que nos resulta útil al contextualizar e intentar comprender ciertos procesos geopolíticos de nuestra historia. Cuando hablamos de periodización nos referimos a dividir el tiempo histórico en períodos en los que las distintas culturas americanas comparten similitudes.
Fase precolombina
En el período precolombino (previo a la conquista) y a pesar de la diversidad de desarrollos culturales a lo largo del continente, las sociedades presentaron un sentido de pertenencia con su espacio vital y revistieron un modo de transformación del espacio a partir de las técnicas y tecnologías desarrolladas. Lograron establecerse como culturas agrícolas y ganaderas, y en algunos casos lograron construir redes de comunicación que sirvieron para la conquista y dominio de otras culturas de menor desarrollo. Gran parte de sus construcciones que han trascendido el tiempo, tienen que ver con centros ceremoniales en los que prevalecían los acontecimientos colectivos vinculados a lo religioso y a los rituales de ofrendas y sacrificios a los dioses como tributo de mejores condiciones naturales para las actividades agrícolas. La construcción de viviendas se producía por agregación y los sistemas constructivos utilizados eran de baja complejidad tecnológica, ya que se trataba de materiales en general crudos y de origen mineral: tierra cruda secada como el adobe y la tapia; y vegetal: madera y hojas para las techumbres que periódicamente eran reemplazadas. La excelente calidad de la construcción en piedra que caracterizó las ciudades de las culturas más desarrolladas, como la Azteca, Maya e Inca, perduró en el tiempo, ejemplos como Machu Pichu, Sacsahuaman en Perú, Chichen Itzá o Palenque en Méjico son ejemplos contundentes.
Fase colonial
El período de conquista nos interesa especialmente porque nos permite comprender el proceso de mestizaje que se produjo en nuestro territorio. Los grupos sociales que llegaron al continente provenientes de Europa, tenían un objetivo claro vinculado a extracción y comercio de minerales preciosos y de cualquier tipo de producción agrícola que pudiera redituar semejante esfuerzo de expedición y de conquista. Casi todos los grupos de expedicionarios llevaban claras las acciones y representaban los intereses de los gobiernos y reinos de Europa. En el siglo XV, la Iglesia Católica representaba a uno de esos grupos de poder y tuvo un papel fundamental en los modos y estrategias de coloniaje y mestizaje, a través de las órdenes monásticas y sus representantes.
Los nuevos territorios apropiados pasaron a tener centros de control y distribución de las operaciones extractivistas. Muchos de estos centros productivos fueron ciudades, Bogotá, Lima, Potosí, Santiago, Córdoba, Quito, Pernambuco, Belo Horizonte, fueron algunas de ellas y lograron concentrar a lo largo de los primeros doscientos años mucha población y organizaron cierta matriz productiva regional. Las encomiendas indígenas, que fueron modos de organización de la explotación y exterminio de los pobladores originarios también terminaron siendo centros urbanos, ya no tan planificado y ordenados como los que se fundaron luego de la puesta en marcha de las Leyes de Indias.
La organización inicial de la ciudad de fundación española, contaba con una cuadrícula principal conformada por 9 a 25 solares o manzanas alrededor de la plaza principal, luego los solares frente a la plaza eran ocupados por los edificios principales (la iglesia, el cabildo y el destacamento del ejército).
Aunque al principio no fueron más que pequeñas construcciones humildes, en las ciudades más importantes del virreinato de Méjico o del Perú, la arquitectura tuvo una escala monumental y de muy buena construcción. El caserío que rodeaba a la plaza no fue más que una mala copia de las casas heredadas de la cultura mudéjar, ya mestizada entre los españoles y los moros que dominaron ocho siglos el sur de la península ibérica. Recién sobre finales del siglo 17 comenzaría a emerger los barrios más importantes de las ciudades capitales como La Habana, Cuzco, Lima, Méjico, Quito, Caracas, etc. (Ver Figuras 2 y 3).
Fase republicana
El siglo XIX dio paso al desarrollo de los movimientos independistas, como consecuencia la debilidad de las coronas de España y Portugal ante la conquista napoleónica de la península ibérica. Los virreinatos quedaron sin cabeza y esto propició el clima necesario para lograr conquistar y moldear las distintas soberanías y la posterior constitución de los estados latinoamericanos. Los procesos inmigratorios fueron creciendo ante la posibilidad de incorporarse como nueva mano de obra y nuevas tecnologías producto de la avanzada industrial de los países que dominaban el mercado internacional como Inglaterra y Francia, y también con la consolidación de los modelos agroexportadores en cada nación o la explotación minera a gran escala. La introducción del ferrocarril fue clave para consolidar la importancia de las ciudades puerto (dentro el efecto de la industrialización europea) como rutas necesarias; y dentro de ese intercambio cultural, la importación desde estas ciudades portuarias de modelos arquitectónicos y urbanos franceses, ingleses y alemanes y las costumbres de urbanidad europea. Así Buenos Aires, Montevideo, Lima, etc. tuvieron sus barriadas afrancesadas, sus palacios urbanos y suburbanos y la mayoría de los edificios institucionales de los recientes estados soberanos, comenzaron a pensarse como copia de los modelos franceses, ingleses y norteamericanos. El crecimiento de las ciudades sede de los gobiernos centrales fue importante, dando surgimiento a barrios periféricos a los centros fundacionales, del que ya poca arquitectura colonial quedó, salvo algunas excepciones como Quito, Cuzco, Valparaíso o San Salvador de Bahía, que conservan varios edificios de la época de los virreinatos. En este período nos encontramos en el umbral de cambio inédito, entre la posibilidad de hacer ciudad y arquitectura sólo por constructores con experiencia local a ser producto del proyecto urbano pensado y desarrollado por arquitectos e ingenieros, muchos de procedencia europea.
Fase populista
Sobre principios del siglo XX y producto de algunos fenómenos culturales de escala mundial, se percibe una posibilidad de crecimiento y de nacionalización de muchos procesos productivos, de infraestructura y comerciales de las distintas naciones latinoamericanas. Europa avanza hacia dos guerras mundiales que dejan como saldo devastación, hambre y pobreza. La mayoría de las ciudades importantes europeas que fueron centro de operaciones militares fueron bombardeadas y destruidas. Europa entera se aboca a la reconstrucción de los centros urbanos más importantes y de sus monumentos principales. El centro del poder económico va a ser reemplazado por los Estados Unidos, sobre todo en la Segunda Guerra Mundial, mientras Europa se recompone económicamente y políticamente. La separación entre los estados que quedaron al oeste y al este de la cortina de hierro conforma un nuevo mapa de poder que va a dominar las tensiones económicas y sociales de las cinco décadas siguientes.
Varios estados americanos logran avanzar en procesos de desarrollo tecnológico y científico que les da la oportunidad, ante las nuevas ideas de progreso e intervención de los estados en la matriz productiva, acumulación de capital, independientes de los países europeos participantes de las dos guerras. Las universidades latinoamericanas ya son un hecho, y en algunos países la educación superior son políticas públicas, conformando una red de centros educativos como expresión de un proyecto de país. En estos centros se formarán un colectivo de arquitectos que darán inicio a un proceso de modernización de la arquitectura, tomando como modelo algunas utopías teóricas de escuelas como la Bauhaus o el werkbund alemán, el vchutemas y el constructivismo ruso, todas experiencias pedagógicas que fruto de la guerra emigraron principalmente a Estados Unidos. La arquitectura se transforma en la herramienta cultural para encarar los principales proyectos de los estados nacionales, para administrar el crecimiento de las ciudades sede de la administración política y darle forma a los barrios periféricos para las masas obreras que se localizan en relación a los nuevos parques industriales.
Mientras que la arquitectura de fines del siglo XIX no logra dar solución a los problemas de la demanda de vivienda social y equipamiento urbano como establecimientos educativos, salud y de seguridad social, la visión moderna de la arquitectura de principios del siglo XX, lo hace y con una orientación a los principios de origen racionalista y funcionalista.
La mayoría de las escuelas de arquitectura formaban a sus estudiantes bajo las reglas y formatos de arquitectos como Mies Van der Rohe, Le Corbusier, Walter Gropius, Hannes Meyer, Marcel Breuer, Louis Sullivan, Adolf Loos, quienes en las primeras décadas del siglo XX sentaron las bases de una arquitectura que se autoproclamó de vanguardia, que busca dar solución a los problemas urbanos y arquitectónicos de la mayoría de las ciudades que se encuentran en plena reconstrucción.
La arquitectura que proclamaron, se desnudó de motivos y formatos históricos e intentó crear un nuevo lenguaje, abstracto, en donde los elementos clásicos que habían caracterizado a la forma y la espacialidad de la arquitectura monumental europea desde los griegos hasta el racionalismo francés del siglo XVIII, ahora deben ser abandonados. Fundaron congresos internacionales para divulgar y debatir sus ideas y proyectos, los CIAM – Congreso Internacional de Arquitectura Moderna- fueron diez y dejaron un catálogo de experiencias urbanas y arquitectónicas sobre el papel, pero no materializadas y construidas en su totalidad.
Gran parte de los arquitectos latinoamericanos que sentaron las bases de una arquitectura más comprometida con el lugar y con los modos de vida y costumbres de nuestro continente, se formó en escuelas de arquitectura que seguían los patrones formales del CIAM. No obstante, fueron capaces de mirar desde otra perspectiva, de interpretar la realidad propia y de construir un posicionamiento distinto y distante al mandato de los países centrales y situado en los problemas latinoamericanos.
Fase globalizada
Superada la mitad del siglo XX, los países latinoamericanos ya forman parte del fenómeno global económico y cultural. No obstante el impacto del modelo de estado de bienestar de finales de la última posguerra que posibilitó un impulso en el desarrollo de las economías de la región, estos países pasaron a consolidar fuertes lazos de dependencia con los países centrales y sus lógicas culturales, a través de un casi exclusivo modelo productivo agroexportador con caídas y recuperaciones cíclicas, que han provocado endeudamientos con organismos multilaterales de crédito como el FMI, intervención de estos países en la política y administración locales, con altos costos culturales, sociales y económicos, como los gobiernos de facto en todos los países de la región, provocando grandes transformaciones en los proyectos culturales, de impactos altamente negativos tanto en lo material como en lo ideológico.
Así, las ciudades principales crecieron por fuera de sus posibilidades de sostenibilidad, expulsando a miles hacia sus periferias, dando paso a los círculos de pobreza, exclusión y escasez. Las periferias (con casi nula urbanización) no contaban con servicios básicos y muchas veces los modos de apropiación de estos territorios fueron violentos y de difícil organización social. Luego de la expansión de las ciudades hacia las áreas marginales como las villas en Argentina, las poblaciones en Chile o las favelas en Brasil, se volvieron parte del paisaje urbano. Estos asentamientos, se consolidan bajo los efectos de las políticas neoliberales de la década de los noventa que, en el caso argentino, fruto de la aplicación de estas recetas en materia de políticas públicas, han vaciado algunas empresas del estado cuyas instalaciones con grandes extensiones de terrenos, una vez desguazadas las mismas, provocaron grandes vacancias urbanas y en algunos casos, en los centros históricos, ocupados por estos asentamientos informales, tal es el caso de la Villa 31 de Buenos Aires, que hoy configura un conglomerado urbano absolutamente consolidado, desde la misma informalidad.
Por otro lado, los territorios rurales (caracterizados y organizados a través de la misma diversidad productiva) van a ir concentrando población mediante sistemas de pequeños pueblos que, con el paso del tiempo y cambio de escala poblacional, irán reproduciendo el fenómeno de urbanización de los grandes centros urbanos.
El fenómeno de la cuidad fragmentada y dispersa es un hecho: la fragmentación como efecto físico-espacial, sumado al crecimiento no planificado desde alguna racionalidad sustentable y los proceso de conformación del territorio, explicados anteriormente, han provocado grandes asimetrías en la accesibilidad de toda la población, desde la pobre conectividad en las redes viales a los servicios: esta falta de acceso consolida día a día efectos negativos en aspectos culturales claves no solo en torno al espacio público, sino cierta guetificación o formación de guetos, no solo en lo espacial sino en el propio tejido social de las comunidades urbanas, provocando exclusión y ruptura del espacio y del complejo tejido social que habitan las ciudades; en este sentido la villa o la favela tienen los mismos principios de exclusión, de identificación y de normas internas propias que un barrio cerrado o un country.
La historiografía de la arquitectura latinoamericana
Durante el siglo XX, se formaron miles de arquitectos en las universidades latinoamericanas. La mayoría de ellos estudiaron sobre el mundo de la arquitectura europea y norteamericana, más que la propia latinoamericana. Los planes de estudio y los contenidos de historia y teoría se basaban en los tratadistas europeos que armaban y desarmaban la secuencia de estilos arquitectónicos y lenguajes desde la cultura griega hasta Le Corbusier y Wright. Poco se trabajaba sobre lo propio y de alguna manera tampoco se valoraba este proceso de laboratorio que fue dando forma a nuestras ciudades. Pero en el límite de la producción arquitectónica imitadora de los modelos importados, un grupo singular de arquitectos supo buscar e indagar en lo propio, sin negar sus influencias académicas extranjeras.
Arquitectos como Luis Barragán en México, Eduardo Sacriste o Claudio Caveri en Argentina, Rogelio Salmona en Colombia, Fernando Castillo o Enrique Browne en Chile, Eladio Dieste en Uruguay y Lina Bo Bardi en Brasil, no sólo lograron construir una nueva manera de proyectar, sino que instalaron una nueva mirada teórica sobre la arquitectura y lograron proyectar una nueva, más apropiada y apropiable arquitectura en la realidad latinoamericana.
Fueron reconocidos por muchos teóricos e historiadores de la arquitectura, que reunidos en grupos académicos como los SAL (Seminarios de Arquitectura Latinoamericana), también advirtieron la necesidad de construir un cuerpo de conocimientos teóricos propios alejada de la mirada extranjera. La mayor parte de la historiografía de la arquitectura occidental proveniente de Europa y Estados Unidos, comenzó a incorporar un capítulo sobre la producción americana, pero sin lograr entrar en nuestros problemas; se valoraban aquellas arquitecturas que estaban en consonancia con Europa o Estados Unidos, tal es el caso de Amancio Williams o Vladimiro Acosta en Argentina u Oscar Niemeyer en Brasil.
Los críticos como Marina Waisman, Ramón Gutierrez, Silvia Arango, Cristian Fernández Cox o Germán Tellez entre otros, han producido gran parte de la historiografía de la arquitectura latinoamericana y han dedicado su producción literaria a valorar las producciones arquitectónicas y urbanas de cierto compromiso con la realidad y problemas latinoamericanos.
Una síntesis posible para entendernos
Así, la arquitectura americana es parte de la forma en que genéticamente se instituye y desarrolla la cultura americana. Los procesos serían explicables a través de las sucesivas oposiciones con la sociedad que fue producto del mestizaje cultural, la presencia de la naturaleza sobre lo humano y la constitución de un tipo de ciudad que todavía no lograba desarrollarse plenamente en comparación con las urbes europeas. Las clases dominantes y los grupos de poder, que miraban con deseo la cultura europea, sobre todo a fines del siglo XIX, intentaban ser cosmopolitas, y reproducir los modos elitistas europeos en un contexto de políticas económicas de dependencia.
La historia de las ciudades americanas se desarrolló en un tire y afloje entre configurar los centros urbanos representativos del poder y la posibilidad de extender su dominio hacia los territorios vacantes. Muchos de estos intentos pusieron a la producción de la arquitectura en una situación de estado cero, al no pensar en el contexto histórico de sus producciones y fue sepultando las capas de que fueron el origen de las mismas. El proceso de conquista con fuerte connotación de etnocidio, repúblicas anglo-afrancesadas, orden agroproductivo inserto en la división mundial del trabajo, pertenencia marginal a la globalidad como estados portadores de endeudamientos externos sistemáticos y ejecutadores de continuos ajustes económicos a la población vulnerable, son parte de nuestra historia.
Un análisis socio-histórico posible, propone entender que América no logro atravesar el proceso de la construcción de una sociedad moderna porque no logró un estado de organización democrática y de consolidación económica al tiempo que necesitaba adecuarse a las exigencias que le imponía el sistema capitalista de relaciones productivas y unas series de condiciones políticas necesarias para concretar las dependencias a esa lógica de relaciones. Pero si se logró concretar una escena de modernidad cultural sin modernización socio-económica. Una modernidad que deviene superficial: es decir, plenamente abocada al cultivo fervoroso de las formas arquitectónicas y sus lenguajes y no de los contenidos.
La imposibilidad de concebir nuevos programas arquitectónicos que surjan de procesos genuinos modernos, fue llevando a las capitales americanas a concentrar sus esfuerzos en modelar arquitectura institucional bajo los formatos copiados de los estados europeos o norteamericanos, palacios de justicia, casas de gobiernos, legislaturas, etc. Por otro lado, por necesidad a adecuar y modernizar sus estructuras de transporte, comercio y almacenamiento de materias primas, se importaron formatos historicistas, pero con un tipo de construcción y tecnología producto de la industrialización del acero y las estructuras de hormigón armado, así se construyeron almacenes portuarios, mercado de abasto, terminales de ferrocarril y edificios para las grandes infraestructuras de servicios como el agua y la electricidad.
Las idas y vueltas entre una arquitectura que no enfrenta decididamente los problemas urbanos y otra que sólo repite los lenguajes con un apego creciente al manejo autónomo de la forma como modo claro de transformarse en un símbolo de las élites, comienza, desde las primeras décadas de este siglo, a erigirse como matriz de identidad cultural americana.
La producción arquitectónica se torna híbrida, en el sentido de no poder articular modernamente contenidos progresistas y estéticas renovadoras, y también en la relativa manifestación de esas formaciones promotoras del cambio cultural moderno que son las vanguardias. Las vanguardias latinoamericanas, en lo político y en el pensamiento social están casi siempre en un lugar marginal.
Los inicios de una arquitectura más reflexiva y de posibles acercamientos con la realidad americana, van a demorarse, ya que la producción estaba orientada a distintas ramas, que vinculadas a posiciones y miradas culturales concretas van a buscar una nueva expresión en los tipos y los lenguajes arquitectónicos.
Por un lado, se da una vuelta a las raíces de la arquitectura virreinal de corte español, con arquitectos como Manuel Mujica, en Venezuela y Martín Noel en Argentina. La arquitectura vuelve a un lenguaje barroco americano y busca consolidar un tiempo espacio que se consideraba propio e identitario. La arquitectura de porte clasicista, que se inspiró en las formas y tipos de los tratadistas del siglo XVIII, como Ricardo Larraín en Chile, José Villagrán García en México o Alejandro Bustillo en Argentina. Los ensayos de modelos modernos con lenguajes geométricos puros como Juan O’Gorman en México o Ricardo Porro en Cuba y la influencia de los exiliados de la Bauhaus como Hannes Meyer en México que lograron una propuesta muy funcional y mínima para las clases obreras, como Juan Legarreta en México o Rafael Lorente Escudero en Uruguay y en Brasil Oscar Niemeyer.
Posibilidades culturales para la elaboración de una sociedad y una arquitectura aluvional y mestiza
Si la cultura arquitectónica puede quedar definida en la identidad (entendiendo a la identidad como la capacidad cultural de un cierto grupo social de diferenciarse respecto de una civilización englobadora que tiende a neutralizar esas diferencias y por ende lo identitario), su proyecto (que puede provenir de una compleja interacción de sujetos y políticas y sociales, de la presión de ciertas élites dominantes y de modos de consumo, de producciones de objetos y de mundo según ciertas normas éticas y estéticas, o de la imposición de ciertos modos de hacer ciudad por parte del estado y sus instituciones) tendrá que manifestarse en una generación de productos y de arquitectura comprometida. La idea de identidad cultural de una comunidad territorial (una geo-cultura), por ejemplo, la nuestra, la americana, puede delinearse según la manera en que se relaciona esa producción cultural con la reproducción social. De acuerdo con este criterio podríamos proponer, en América, la hipótesis de una cultura arquitectónica posible que debe ser producida en el contexto de una sociedad dominantemente aluvional y mestiza y que, por ello, tiende a reproducir socialmente esas características.
Podemos hablar que existe una cultura alta o elitista que sostiene una postura negativa (en tanto se opone a reproducir esa sociedad mestiza, buscando en tal oposición, la instauración de una nueva sociedad moderna o modernizada, es decir, burguesa), y una cultura baja o popular-populista que sostiene una postura positiva (que reafirma la condición de la fusión cultural que presenta la sociedad aluvional y mestiza y que procura su reproducción). Para ejemplificar estas categorías basta ver la arquitectura y el posicionamiento de dos arquitectos chilenos contemporáneos como Mathías Klotz, que proyecta según las representaciones mentales de un grupo social de elite y que busca una arquitectura que los distinga, los emprendimientos en el norte de Papudo y Cachagua, en forma de enclaves de casas y chalets ultramodernos se contrasta con la postura comprometida de una arquitectura popular y situada de Alejandro Aravena, que toma el centro del problema y si bien todavía lejos de lograr impactos masivos, retoma concepto e ideas de Fernando Castillo con sus comunidades e intenta conjugar lo público, lo posible y lo diverso que se lee en todos los asentamiento denominados “la población” de la mayoría de las ciudades puertos chilenas.
Dentro de las solicitudes de una posible cultura positiva o baja, respecto de las determinaciones devenidas del peso de una sociedad aluvional, o sea, con prevalencia de recién venidos, del campo o de otras ciudades, incluso extranjeras, con muchos nuevos habitantes que no hablaban los idiomas nativos o que terminaban por desplegar sus propias jergas o medias lenguas; mestiza, o sea con dominancia de los cruces étnicos del blanco más o menos europeo con los elementos indios o negros, mestizaje que fue muy significativo en el comienzo de los asentamientos coloniales para sostener la población y así poder desarrollar un crecimiento demográfico, lento pero sostenido. La llegada en masa de población migrante se produjo en el siglo XIX, lo que produjo una nueva variante de mestizaje, el gringaje, con influencia de poblaciones europeas marginales y más bien campesinas o aldeanas. Las opciones dominantes resultarían de dos tipos: unas, situadas en la voluntad de favorecer la mescolanza estética, es decir de producciones arquitectónicas que reflejaran las tendencias y el lenguaje de las culturas de origen, italianos, alemanes, etc. pero destacando el componente supuestamente más legítimo, o sea, el del origen ibérico, otras, decididas a afrontar las consecuencias de una plena fusión admitiendo la potencia de las propuestas estéticos negroides y/o indianos o gringos. En arquitectura ello se manifestaría en dos posturas; la primera ligada al despliegue de un estilo neocolonial y la segunda, que englobaría corrientes afro o indoamericanas (en Brasil, Paraguay, Perú, Guatemala, México, el sudoeste de USA, etc.) o gringas (sur de Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Colombia, Venezuela, etc.).
Un ejemplo de la primera corriente podría ser la Iglesia de Ancón, en Perú, que Enrique Seoane, quizá el más pleno exponente de la modernidad peruana de los ’40 y ’50. Es interesante la confluencia de lenguajes compositivos muy académicos y clasicistas, algunas organizaciones funcionalistas modernas que pueden verse en la manera de crear un lenguaje de libre estilización y simplificación de los elementos arquitectónicos parte de los motivos coloniales. Éstos en América resulta ser una mezcla de la arquitectura colonial barroca, versiones deformadas de los tratadistas del renacimiento italiano, tipologías tradicionales como la casa de patios sucesivos árabe y de Cádiz y elementos de procedencia indígena, sobre todo iconográficos y constructivos. Estas tendencias que pueden resumirse como una búsqueda de la arquitectura propia que reinterprete ciertos modelos históricos del proceso de formación de nuestras ciudades americanas, logró impactar, al menos en exponentes como Luis Barragán, en México o Julio Vilamajó en Uruguay, etc.
Cualquiera de las obras de Lina Bo Bardi, en salvador Bahía, como, por ejemplo, la “Casa del Benim”, esa especie de museo conmemorativo de uno de los principales países exportadores de esclavos hacia el nordeste brasileño, expresa la otra corriente, de aceptación y potenciación de las aportaciones culturales devenidas, en este caso, de la negritud. Existe una contradicción entre el origen rural de la cultura negra original y su reutilización en ambientes urbanos, por lo que la manipulación de los elementos afroamericanos se liga a los componentes ornamentales, a las prácticas de usos y festividades rituales-sociales, a los elementos blandos de la cultura (música, baile, vestimenta, gastronomía, etc.); por ello que el rescate pensado por Lina, se convierte en la ubicación de objetos y por otra, en museo, si bien la museificación propuesta por Bo Bardi (también en su SESC de San Pablo, que, en este caso, quiere homenajear la cultura material de origen proletario industrial) es urbana, turística, festiva y fuertemente vinculada a las puestas en escena o exhibiciones activas de los componentes que hacen al patrimonio intangible, es decir a las prácticas sociales identitarias de esas culturas mestizas.
El Museo del Barro de Carlos Colombino, en Asunción, sería otro ejemplo equivalente, en este caso vinculado al rescate de las tradiciones culturales de las etnias tupíes guaraníticas (grupos indígenas rurales del trópico cuya aportación cultural sustancial también se vincula a artesanías y/o rituales- y con componentes livianos -danza, música, fiestas religiosas, máscaras alegóricas, vestimentas, textiles, etc-. Ambos ejemplos, el ligado al neocolonial o el relacionado con el patrimonio cultural afroamericano, suponen modos de procesar componentes derivados de la sociedad mestiza en algunas de sus múltiples expresiones históricas, pero se trata de formas selectivas, ya sean institucionales o disciplinares de procesar en ámbitos culturales de sociedades urbanas aquellos materiales básicos.
Las casas sabaneras y otros proyectos semiurbanos de Salmona, como el Museo Quimbaya en Armenia, la Casa de Huéspedes Ilustres en Cartagena o el Centro Cultural J.E. Gaitán, parten de un concepto de orden (espacial o cultural) dentro del desorden del mundo natural, sobre todo en el caso colombiano. Los proyectos aparecen como una fundación nueva dentro de un contexto débil, es decir un entorno natural paisajístico fuerte sobre el cual se inscriben construcciones débiles. De allí que el criterio de Rogelio Salmona sea crear un orden espacial, que suele ser una analogía al mundo urbano, como por ejemplo una red o cuadrícula de espacios, a menudo atravesada por una diagonal que puede ser una acequia, dentro de un paisaje muy pregnante, que en el caso sabanero suelen ser praderas muy fértiles y verdes, telones montañosos sombríos, cielos pesados de nubes lluviosas, vegetación semi tropical frondosa, etc. El proyecto, que posee ciertas referencias históricas como las secuencias de patios, cobra así una tipología que recupera formas arquetípicas evocativas de un orden mestizo, con muros similares a las de las ciudades medievales de los burgos europeos, todo recortado pero en complejas yuxtaposiciones y encastres de figura y fondo, respecto de esa naturaleza preexistente en la cual no cabe otra posibilidad que acogerse o instalarse, incluso con algunas formas semejantes a la arquitectura islámica, mediante el recurso del paso diagonal del agua o la vegetación interior.
Se define así, una forma de proyectar que, que desde una perspectiva cultural de apropiación geocultural, puede devenir un tanto anacrónica, y no necesariamente refleja todas las formas populares o mestizas de habitación. En el modo popular la naturaleza no llega a integrarse, sino que hay que invocarla, apartándose o negándola. El otro tema que Rogelio Salmona propone es el uso de la tecnología del ladrillo cocido, que con el tiempo se ha convertido en un posible lenguaje arquitectónico bogotano, y ha cumplido eficazmente el papel de contribuir a una identidad urbana. El ladrillo que Salmona rescata y eleva de un uso anteriormente bajo y humilde, será un recurso experimental ya que con él investiga formas, colores, cocciones, lo usa y lo pliega casi como un estuco, le sirve para reproducir los modos del trabajo en piedra, por ejemplo, con los arcos, las pilastras y molduras. Todas las variantes las aplicará a uno de sus edificios más representativos e institucional, los Archivos del Estado, en Bogotá. Pero también, como el cielo, el agua, la montaña o las praderas sabaneras, es un material natural proveniente de diversas arcillas cocidas, con sus colores y texturas, pero además con el suplemento de un oficio humano incorporado, que acompaña espléndidamente esa voluntad de convertir todo el gesto proyectual en un trabajo de instalación en lo natural previo. Esto lo distingue del uso casi folklórico y rural que le dará al mismo material el mexicano Carlos Mijares. La cultura arquitectónica otra, la que intenta instalar la mirada desde y hacia adentro, hacia los problemas nuestros, los que día a día podemos interpretar en ese mundo construido, diverso, mestizo y heterogéneo, nace ciertamente de una mirada que acepta ciertos colonialismos y dependencias, pero se atreve a domesticar lo europeo y fagocitarlo para luego devolver un nuevo modo de hacer ciudad y cultura urbana. Es tarea necesaria y urgente construir una mirada desde aquí, como dice nuestro maestro Claudio Caveri, esa mirada debe instalarse en un nuevo pensamiento proyectual, que mire e interprete la cultura americana en su quehacer cotidiano, que instale de nuevo a los habitantes como centro y no como periferia, que rescate lo uno y lo otro que nos constituye en latinoamericanos, que nos acerque en formas colectivas de pensar la ciudad y lo público y que de una vez por todas trascienda las diferencias históricas e instale una mirada disciplinar basada en el habitar como centro del problema de la arquitectura.